29/12/11

Valorar la vida.

El 25 de Diciembre, casi anocheciendo, me llegaba la noticia de que la hija de mi profesora de biología había muerto en un choque automovilístico. Me conmovió totalmente. Al otro día me desperté muy temprano. Era una cálida mañana del Lunes 26, el sol salía, el aire se sentía espeso. Llegué al colegio con dos amigas, jamás me hubiese animado a entrar sola. Y ahí estaba, la iglesia, mis profesoras, mis directoras, un cura, muchas monjas y un cajón abierto. No me pude acercar. Había más gente de la que imaginaba y nunca antes había visto tantas caras tristes juntas. Tanto dolor no entraba en un sólo corazón. La ley de la vida indica que uno viviría para ver morir a sus padres, ley del universo. Pero esta vez no fue así. Las trampas del destino suelen ser crueles y aparecen cuando uno menos se lo espera.

Abracé a mi profesora y lloramos juntas. No me quería permitir llorar, pero siendo sincera: no aguanté. La muerte es algo que nos llega a todos. Y este fue un caso que le pudo haber pasado a cualquiera... a mí, a vos que estas leyendo, a un vecino, a un conocido. Nadie se salva de nada. Nada esta absolutamente escrito. Lloré como pocas veces me permití hacerlo. Sentí en mis venas las ansías de valorar la vida, los pequeños y gratos gestos de cada día, y dejar a un lado lo material, lo que no sirve, lo que hace mal.

Nunca me voy a olvidar ese grito desesperado, esa mirada completamente vacía. En sus ojos vi algo que no había visto nunca. El tiempo cura las heridas, aunque no las borre nunca. En fin, aprendí algo: Nunca dejar de vivir con intensidad, con ganas, con sonrisas, dar abrazos, ser sincera. Nunca es tarde para empezar.

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